Un día clave para la gobernabilidad del kirchnerismo -y el predicamento alperovichista- ha llegado. Hoy vence el plazo para la presentación de las listas que medirán fuerzas en las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) del 11 de agosto, de las cuales saldrán los candidatos a parlamentarios que en octubre le disputarán, o le convalidarán, medio "relato" al Gobierno nacional. Más precisamente, la parte del discurso "K" que justifica todas las acciones oficialistas, por más legítimas o inconstitucionales que sean, en nombre del 54% de los votos obtenidos hace dos años (aunque a menudo parezca que fue mucho tiempo más).
Aunque aún restan varias horas de roscas, operaciones, aprietes y eventuales cambios, lo cierto es que el escenario tucumano, tal y como estaba planteado en la víspera de esta estratégica jornada de definiciones, no arroja signos muy alentadores para los ciudadanos. Tanto si se mira a los oficialistas o a los opositores. Porque no se trata de nombres, sino de señales. Y salvo que hoy se produzca un viraje (porque en la política siempre hay tiempo para el golpe de timón), ya se puede avizorar que en los comicios por venir habrán ganado los personalismos por sobre los proyectos colectivos.
El caso del alperovichismo es paradigmático. El Partido Justicialista tucumano tiene (compañeros más, compañeros menos) 200.000 afiliados. Sin embargo, el primer precandidato a diputado nacional fue ningún otro sino el gobernador.
Pero, se sabe, esa cabalgata quedó trunca. José Alperovich desensilló luego de analizar las encuestas que él mismo encarga. Y fabricó el mito de que Cristina Fernández dijo que no quiere candidaturas testimoniales, afirmación que jamás nunca se le escuchó a ella en público. Se abría entonces la oportunidad de la apertura a lo nuevo. Sin embargo, la segunda opción del mandatario, firme cuanto menos hasta el cierre de esta edición, era que aunque uno de cada siete tucumanos figura en los padrones del PJ, a la lista oficial iba a encabezarla su vicegobernador.
El sustantivo y el verbo
El planteo que domina la superficie es que, de ser candidato y resultar electo, Manzur debe asumir como diputado. De lo contrario, no se entenderá por qué Alperovich no podía ser candidato testimonial, pero su compañero de fórmula sí. Léase, quedará en evidencia que el jefe del Ejecutivo mintió. Pero, más abajo, lo que toda esta situación desnuda es que el alperovichismo es el caníbal del alperovichismo. El oficialismo tucumano se consume a sí mismo. Y las candidaturas testimoniales no son una estrategia: son un síntoma.
Las testimoniales son la prueba fehaciente de un Gobierno que tiene gestión, pero que no tiene un plan. De una administración cuyo único fin es seguir en el poder. Es poder por el poder mismo, y por eso los espacios importantes se reservan para unos pocos. Para los mismos de siempre. El alperovichismo no es poder para "poder" hacer realidad un proyecto de provincia que (si acaso tienen uno) jamás mostraron. Por eso, toda la obra pública de gran envergadura construida en Tucumán durante esta década fue financiada por el kirchnerismo: la Casa Rosada pagó la nueva Ruta 38, Lomas de Tafí, los nuevos hospitales Eva Perón, Néstor Kirchner y el nosocomio de Aguilares... El alperovichismo, en cambio, se consagró a la tarea de asfaltar calles e inaugurar cordón cuneta. Su perspectiva para Tucumán apenas si se levanta 10 centímetros del piso.
El orfebre y el rabo
La única excepción del obrador alperovichista al asfalto es el nuevo edificio de la Legislatura. La idea original preveía un gasto de $ 21 millones, hasta que lo tomó Manzur, el hombre que en 2007 prometía administrar con $ 100 millones la misma Cámara cuyo Presupuesto 2013 es de $ 520 millones. Y entonces, la nueva sede costó siete veces más de lo previsto. La última cifra conocida supera los $ 130 millones. Todos pagados por rigurosa contratación directa. Desde el proyecto hasta la obra. ¿Cómo no iban a ofrecerle la cabeza de la lista a semejante orfebre de la democracia pavimentadora?
El alperovichismo, entonces, es un gobierno de grandes presupuestos y de pequeños espacios. Después de 10 años de hegemonía, la única figura política que construyó el gobernador es su esposa. Y la única "promesa" de renovación que él admite es su hija. Con ubicación preferencial frente al palco presidencial, incluido.
Lo inquietante es que, frente a semejante escenario, el sector más grande (o menos pequeño) de la oposición decida comportarse, también, como un perro que corre en círculos persiguiendo su rabo.
Lo sencillo y el fracaso
El personalismo también se ha impuesto en el radicalismo tucumano. Claro que no en los términos del personalismo radical de principios del siglo XX, referido a Hipólito Yrigoyen, ese argentino que mantuvo el abstencionismo colectivo en las urnas hasta forzar al orden conservador a otorgar el voto masculino secreto y obligatorio. Ese ex presidente derrocado que murió tan pobre que el primer mármol de su tumba fue el que desmontaron de la cómoda de su dormitorio.
El personalismo doméstico de la UCR local es el que determinó que, luego de que distintas corrientes internas y diferentes fuerzas políticas fueran a buscar al senador José Cano para que liderara un frente que enfrentara al alperovichismo como alternativa de poder, todo haya desembocado en el actual esquema: Cano y sus amigos versus los que no son amigos de Cano.
Cuando la construcción de poder deficita, las explicaciones abundan. Que el senador buscó unir a todos y que sólo encontró mezquindades. Que sabiendo que en un escenario que promete polarizarse el Acuerdo Cívico y Social sacará más votos que antes, decidió jugar para que él y no otro capitalice esos sufragios. Que aún sin tener en claro cómo se financiara la campaña, resolvió ser candidato porque es quien mejor mide en las encuestas para darle pelea al oficialismo. Que determinó, con lógica alperovichista, que si él es el candidato, él también completa el resto de los casilleros de la lista. Qué está arriesgando mucho para darle pelea al oficialismo, cuando podría quedarse cómodo en el Senado, donde tiene mandato hasta 2015 y es presidente de bloque de la UCR. Que es el primero en no permitir que surjan otras figuras opositoras y que en su "vamos por todo" está dispuesto, incluso, a arriar las banderas partidarias que condenan las candidaturas testimoniales.
El éxito (como el de lograr la unidad) es sencillo: consiste en tornar fácil lo que es difícil. Lo contrario al éxito, por lo mismo, es complicado. Porque fracasar admite toda clase de versiones contradictorias.
Los techos y los pisos
Habrá que reconocer, sí, que en medio de la acostumbrada histeria fraccionadora del radicalismo, el Frente Amplio Progresista aportó alguna cuota de racionalidad. Fue el que se plantó contra una alianza con el PRO. Hace dos semanas fue vapuleado por esa postura, que seguía una lógica válida: para amontonamiento está el oficialismo. Hoy, el PRO va en soledad no sólo en Tucumán (donde Mauricio Macri se tomó esa cada día más inexplicable foto con Cano), sino en el resto de los distritos donde juega.
¿Le hubiesen servido los votos del PRO a este sector de la oposición? La respuesta común es "sí". A lo que se agrega, como predicado, que cada sufragio que obtenga el macrismo (que probablemente no saque pocos) le restará chances al Acuerdo Cívico y Social.
Pero en rigor, esa pregunta es en sí misma una suerte de primera victoria del oficialismo: el modelo mental que intenta instalar (con éxito) el alperovichismo es que nada ha cambiado en 10 años en el plano electoral. Es decir, que el Frente para la Victoria sigue aglutinando el mínimo de votos necesarios para ganar (léase, renovar sus tres bancas de diputados, de las cuatro que hay en disputa en la provincia). Y que la oposición sigue teniendo el máximo de voluntades para perder (o sea, a lo sumo volver a sentar un diputado). En esa pretensión, el oficialismo sostiene que cuanto más fragmentación haya entre sus adversarios (radicalismo, socialismo macrismo, bussismo, parajonismo, trotskismo...), más se dividirá el congelado nicho de votos opositor.
Puesto en cifras de la Casa de Gobierno: si el FPV repite su promedio de 400.000 votos en comicios de parlamentarios nacionales, una segunda fuerza necesitaría superar largamente los 200.000 sufragios para arrebatarle dos bancas, de acuerdo con el sistema D´Hondt de reparto de escaños. Y, desde que el alperovichismo gobierna, ningún adversario consiguió semejante caudal de voluntades.
Pero no es tan sencillo. Y la clave está en la clase media.
El romance y el divorcio
La clase media le dio la reelección en primera vuelta a Cristina Fernández. Y acompañó a Alperovich en sus tres triunfales postulaciones a gobernador, en su reforma de la Constitución y en las cuatro elecciones de parlamentarios nacionales que atravesaron su gestión. Si el romance con la clase media se mantiene, la lectura alperovichista será (como tantas otras veces) correcta. Pero si hay divorcio (como lo advirtió Sergio Berenzstein, el titular de Poliarquía, en el Ciclo de Conferencias de LA GACETA), habrá menos votos para el oficialismo. Y más para sus adversarios. Y el peso de las fragmentaciones se relativizará, porque lo que habrán cambiado son los pisos de uno y los techos de otros.
El Gobierno, es verdad, se tranquiliza con la certeza de que Tucumán, al igual que todo el NOA y el NEA, se ratificará kirchnerista. Pero no menos cierto es que Alperovich se bajó porque vio algo, con forma de cifras, que no le gustó. Y que por esas mismas razones estadísticas, Cano se subió.
Si, después, el Estado será más o menos grande, más o menos eficiente, más o menos ausente, es secundario en el escenario político de estas tierras. Porque eso no se discute. Es más, sin importar los nombres, la suerte ya está echada: Personalismo 2013 arrasa. Y esperen por 2015...